Enrique Urquijo: la ausencia de un “perdedor”

En memoria de Enrique Urquijo.

No tengo buena memoria para las fechas, pero el 17 de Noviembre es una de las que me han quedado grabadas en lo más profundo. Ese día, mejor dicho esa tarde-noche, de hace ahora once años moría en una calle de Madrid mi admirado Enrique Urquijo. Sólo, o quizás mal acompañado. Desde entonces cada vez que llega esa fecha quiero rendir mi homenaje personal a quien en mi opinión revolucionó la música de nuestro país. Hay un antes y un después de Enrique Urquijo, y su vacío nadie hasta ahora ha podido cubrir.

A muchos se nos heló el corazón aquella noche. A todos aquellos que admirábamos su música y la poesía de sus letras, a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad. Una soledad que se extendió entre quienes nos estremecíamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como el que se lo llevó, quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltaba su creatividad, su sensibilidad a flor de piel.

Como en su canción era una tarde tan gris como su vida de entonces. Una tarde gris de un frío otoño en la que nos quedábamos huérfanos, en mi caso por segunda vez. Se moría un amigo, un hermano, y sentí el mismo dolor que cuando perdí al real unos años antes. También músico, también rebelde, sensible, artista….diferente. Los dos vivieron deprisa y murieron jóvenes, pero a pesar de ello estoy convencido que esa breve vida fue más plena que la de mayoría de los que en nuestra gris sociedad llegan casi como verdaderos zombis al final de sus días.

Enrique es de los pocos que en los últimos tiempos ha sido capaz de hacer música que pervive en el tiempo. Sus canciones, que escucho como fondo al escribir estas líneas, son profundas, llenas de sensibilidad, aunque a veces impregnadas de sensaciones amargas como la soledad, o el dolor profundo. Era lo que algunos denominan, intentando darle un tinte despectivo, un perdedor. Bendito perdedor aquel que es capaz de transmitir esos sentimientos, convertir música en caricias, en cataratas de emociones que nos hacen SENTIR, así con mayúsculas, y al mismo tiempo vivir, cuando él estaba perdiendo esa vida a jirones en cada estrofa, en cada tono. Me reivindico hoy contigo en el gremio de los “perdedores”.

Ese 17 de Noviembre me di cuenta que había perdido a un amigo, a un compañero de viaje en esto del vivir, aunque no lo conocí directamente, solo a través de su música y de las veces que fui a verle actuar. Alguien que entendía lo que he sentido muchas veces, y era capaz de transformarlo en canciones.

Canciones de esas que a uno le habría gustado haber compuesto: “Volver a ser un niño”, “Cambio de planes”, “Quiero beber hasta perder el control”, “La calle del olvido” y tantas otras. Que forman parte de la banda sonora de mi vida. De la mía y de una parte de aquella generación, aunque quizás nunca se hayan dado cuenta. Canciones de amor pero especialmente de desamor, de tristeza, llenas de poesía, salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas se pisan. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían sentir, SENTIR, así con mayúsculas, y por eso al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de hacerlo.

¿Dónde estará ahora? ¿Quizás con mi hermano Javi, y con el resto de esa generación que se nos fue de manera injusta y cruel, componiendo y cantando nuevas canciones?
Enrique se nos fue, nos hemos quedado sin el hermano músico, pero nos queda su obra esa que te hace despertar en medio de un mundo oscuro, vulgar y anodino, con la pena de no poder escucharle nuevas historias. Aún me acompañan en los viajes, o en las tardes de otoño como en la que escribo este artículo, lo siento cerca y seguirá vivo mientas sigamos vivos los que escuchamos y sentimos su música. Nos acompañará en nuestros bajones, en los momentos de depresión, de pena o desamor, nos levantará el ánimo, y nos hará un poco más felices al hacernos comprender que no somos los únicos que sentimos así.

Como ya dije el día que conocí su muerte: ¡Qué pena que se vaya la buena gente y se queden los canallas! Ahora después de once años me reafirmo en ese comentario.
Enrique Urquijo, te recordamos, te echamos de menos, y quizás como tú decías: “seguimos siendo chavales ordinarios, que nos volvemos vulgares al bajarnos de cada escenario”. Cada uno de un tipo de escenario diferente, yo en el de la política identificándome, más aún en la época que nos toca sufrir, con tu canción: “Que solo estás”.

El mejor homenaje que te podemos dedicar hoy es escucharte, sentirte más cerca al escucharte y escribir estas pobres líneas. Ojala las radios de este gris país te dediquen una pequeña parte de su programación.

Menos mal que aún nos quedan gentes cono Quique González, tu heredero musical que esta poco a poco llenando el vacío dejado por el maestro. Otro poeta roquero, con alma en su música, como ha demostrado en su brillante trayectoria plena de honestidad y calidad. ¿Qué se puede decir de una sociedad que no apoya este tipo de música? ¿Qué está moribunda, en lo referido a las sensaciones y sentimientos?
Ahora que ya penetro de lleno en la sexta decena de mi vida, escucho de nuevo “volver a ser un niño” intentando comparar experiencias, mientras te lloro otro año más a través de este artículo.

Descansa en paz Enrique, amigo, hermano, compañero del alma. Sigues presente en nuestros corazones, al menos en el mío.




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