Izquierda y los movimientos sociales


Todos los analistas políticos coinciden en apreciar que el éxito de los nuevos movimientos sociales y de las ONG's se está basando en el rechazo de la mayoría de los jóvenes a la militancia política tradicional. Y en su desconfianza hacia el supuesto papel transformador de los partidos de izquierdas; a los que ven como organizaciones cuasi-conspirativas, válidas para trepar y medrar, pero no para cambiar la sociedad.

La fuerza de las ONG's actuales, herederas de la tradición caritativa cristiana y de la filantropía liberal, se debe por tanto a la incapacidad de la izquierda para mostrar el camino de lo político como algo factible y eficaz.

¿Qué es lo que ofrece la izquierda al movimiento social? Hasta ahora sólo palabras como controlar, dirigir, descabezar... forman parte del lenguaje de los partidos cuando se refieren a las organizaciones más o menos volátiles, pero siempre pegadas a la base, de estudiantes, mujeres, consumidores, vecinos, padres y madres de alumnos, ciudadanos descontentos, etcétera. Y cuando se ha intentado algo, siempre ha ido dirigido a instaurar clones estériles de los partidos; que tenían un inmediato eco mediático e institucional descalificador, por su falta de autonomía. Los militantes de izquierda que sinceramente hemos participado en los movimientos sociales, hemos notado suspicacias posiblemente legítimas a la vista de esta situación.

¿Quién ha provocado el divorcio, el movimiento social o una izquierda enferma y debilitada? La respuesta, como en todos los divorcios, es compleja. Internamente, la izquierda está viviendo un periodo de vaciamiento de ideas y propuestas. Una auténtica esterilización ideológica que ha arrastrado a su vida orgánica, derivándose de esto (en el caso del partido mayoritario, el socialista) que sus agrupaciones, sus casas del pueblo, no sean ya centros de debates y de discusiones, sino casi exclusivamente lugares de enfrentamiento entre "familias", "clanes" y "sensibilidades", cuyos ejes de confrontación más que en lo ideológico están en las cuotas de poder a alcanzar. ¿Cómo lo político no va a oponerse a lo social, desde esta realidad?


Lógicamente, los movimientos sociales se han convertido en la vanguardia ciudadana que no encuentra cauce en los partidos. En los que sólo ven estructuras rígidas y caducas, sin capacidad para dar respuesta a sus aspiraciones cotidianas. Los movimientos buscan objetivos de cambios progresistas sin necesidad de revestirlos ideológicamente.

Si hay un discurso común en los Movimientos Sociales, éste es el rechazo del individualismo como filosofía de vida; y el sublevarse contra la pérdida de los referentes, principios y valores. Y si rechazan el individualismo es precisamente porque la teoría del "sálvese quien pueda" existe, y la pasividad actual es una fuerza poderosa de disgregación social.

El mensaje de fondo de los Movimientos Sociales es profundamente político, y opuesto de raíz a las políticas neoliberales que nos llevan a una sociedad escindida. Envían en la práctica el mensaje que la izquierda quiere dar, pero que no sabe transmitir a los ciudadanos. Con un lenguaje nuevo que hasta ahora la izquierda no ha sabido escuchar. Y no sabe porque sus partidos actúan como meros aparatos electorales, sin capacidad para generar ilusión ni para vertebrar las ansias de participar en la "cosa pública".

Por eso es fundamental rescatar el sentido originario que tiene el partido, como punta de lanza transformadora, para el socialismo democrático. Tenemos que reorientar a los partidos de izquierda para que sean instrumentos de participación política. Para que no traten de controlarlo todo sino que, al contrario, sirvan de estímulo y aglutinante. Para que los movimientos sociales encuentren en ellos una herramienta con la cual conseguir en el campo político lo que en el social intentan solucionar.

Es decir, unos partidos que escuchen y aprendan de la base social. Sólo así se podrá construir una sociedad en progreso, más humana y solidaria, cuyos valores no estén basados en el simple crecimiento económico especulativo, sino en el equilibrio social y en la redistribución justa de la riqueza.

Se trata, por tanto, de no aceptar la falsa dicotomía entre el paliar y el cambiar. Si renunciamos a un cambio social profundo, si consentimos que el Estado decline su responsabilidad y la cargue sobre el voluntarismo del movimiento social, si aceptamos una sociedad caminando hacia la disgregación en lugar de hacia el equilibrio, el voluntariado se parecerá cada vez más a la caridad. E irá perdiendo su tremenda fuerza transformadora.

Si al mismo tiempo los que seguimos defendiendo una izquierda activa y renovada renunciamos a escuchar el mensaje que nos viene de las ONG's, estaremos cerrando la puerta a una juventud que tiene muy claro que no puede renunciar a actuar localmente para pensar globalmente. Y que defiende conceptos tradicionales de esa izquierda como la movilización en defensa de los derechos humanos, la ecología, la igualdad entre sexos, una revolución científico-técnica de dimensión humana, etcétera.

El futuro próximo de los partidos de izquierda debe traer consigo un cambio en los ejes de sus relaciones con los Movimientos Sociales. Fortaleciendo un potencial que no ha de perderse: el de las propias bases de esa izquierda, proclives a actuar como dinamizadoras de nuestra sociedad. Si este potencial queda reducido a la lógica de las cuotas de poder, el resultado será una regresión aún mayor de todo cuanto significa la izquierda de este país.

Se logrará un avance social y político para toda la izquierda si aprendemos una lección importante: que hay que escuchar. Escuchar, sobre todo, lo que nos llega de los Movimientos Sociales. Y al mismo tiempo dialogar con ellos con un lenguaje claro y unívoco, de igual a igual. Porque un socialismo que escucha puede llegar a ser de nuevo una fuerza imparable

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