De confidencias, confianzas, lealtades, amistades...



Quiero reflexionar esta mañana calurosa de un verano cruel en todos los sentidos, personal y colectivamente hablando, sobre algo que debería tener mucha importancia, pero que a menudo situamos en un escalafón degradante de nuestra actividad humana, ante tanta palabrería, cotilleo que nos inunda.

La amistad tiene una gran importancia en esas relaciones humanas, a veces incluso mayor que el amor, pero en la amistad, especialmente cuando pretende ser con mayúsculas como supongo que en todo lo que tiene que ver con sentimientos, surgen malas prácticas que la degradan y envilecen.

Una de ellas, quizás la más importante después de la solidaridad, es la confianza. Se entiende que cuando hablas, cuando te desahogas, te vacías, con alguien merecedor de esa categoría, pretendes que quede entre vosotros, que exista un pacto no escrito por el que esa confidencia, ese sentimiento expresado, esa noticia, o simplemente ese estado de ánimo que tú le expresas quede en absoluta confidencialidad, que nadie externo, por muy importante que sea, se entere de ese vínculo existente entre dos personas que se aprecian, que se quieren, que se valoran.



Desahogarte con una amiga, o un amigo, conlleva esa especie de liberación emocional, ese desnudarte ante su presencia de la manera más dolorosa posible, en los sentimientos. Sabes, o deberías saber que lo que le transmites queda entre vosotros dos en un pacto de lealtad inquebrantable, a salvo de interferencias externas, libre de contaminación. Son tus sensaciones expresadas al “otro” con absoluta libertad y cuando terminas una sensación de relajamiento, de tranquilidad te invade. Te escucha, te protege, te cuida, te entiende incluso mejor que tú mismo y te ayuda de manera generosa, altruista.

La amistad así entendida es una especie de regalo que debemos valorar en toda su grandeza, en toda su magnitud.

Sabes que lo que acabas de verter  quedará en un cofre bajo cien llaves y que solo es cosa de vosotros dos. Con esa confianza has hablado, con esa confianza te has desnudado.

Pero lamentablemente no siempre es así, o quizás cabría decir que casi nunca es así, en una sociedad como la actual en la que la crisis de valores también ha afectado de lleno a algo tan puro, tan digno como la amistad.

Cuando en alguna ocasión, especialmente en momentos dolorosos y más especialmente cuando el desamor te sacude duro el alma, descubres que esa confianza se ha quebrado, que se ha infringido ese sacrosanto principio de la confidencialidad entre amigos, cuando te das cuenta con estupor que eso que tú habías vertido en una persona que creías de confianza se exhibe públicamente, el dolor que te produce es incluso superior al del propio desamor.



La confianza rota en mil pedazos, tus confidencias paseando impúdicamente tu desnudez, incluso llegando de manera vil y a menudo distorsionada a la persona que jamás desearías llegara. Y entonces ese corazón ya malherido, dolorido, notas se te rompe en mil pedazos, te rompes con él por dentro y maldices mil veces haber confiado en quien no merecía esa confianza.

Amigas, amigos, conocidas y conocidos, con quienes te has sincerado en mayor o menor grado como una medida de higiene mental, como la válvula de seguridad que impide explote la olla de tu cerebro, te defraudan con su delación. Ese silencio pactado se quiebra y el sonido alternativo se convierte en una ruin y cruel traición.

¿Confianza? ¿Confidencia? ¿Amistad? ¿Existen? , ¡claro que existen! y estas reflexiones sonarán injustas a quienes sois capaces de guardar esa lealtad, pero lamentablemente, en la vida actual están en vías de extinción. Quedan gentes así, yo conozco algunas, en estos días especialmente, gentes en quienes puedes confiar hasta límites extremos sabiendo que jamás infringirán esa norma no escrita de la confidencialidad y espero seguir siendo merecedor de su amistad desde mi reconocimiento, valoración y agradecimiento por lo que me han ayudado en momentos muy difíciles.

Confianza, confidencia, lealtad, amistad……………….





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