En lo más profundo del túnel



Artículo publicado en DEIA el 11 Septiembre 2012

En los últimos tiempos estamos acostumbrándonos a leer a los expertos económicos utilizar el término “túnel” para definir la situación económica actual.

El todopoderoso presidente del Banco Central Europeo (BEC), el gurú de la macroeconomía, Mario Draghi señala en cada comparecencia pública  que estamos al final del largo túnel, o que ya se vislumbra la salida del túnel de la crisis y cada vez que lo ha hecho se ha equivocado de manera más clamorosa. El túnel está resultando cada vez más negro y existen serias dudas de si tendrá realmente salida, o de si ésta llevará a un precipicio mortal por el que se despeñarán países enteros como el nuestro. De ahí el título del artículo.

Cuando en 2008 se inició esta interminable y brutal crisis todos los expertos y los que no lo eran también, auguraban que era de corto recorrido, que en apenas dos años saldríamos de ella sin dificultades. La zona euro era un paraguas inexpugnable que nos iba a salvar del aguacero terrible que asolaba el resto del mundo. El euro una moneda fuerte que impediría cualquier sobresalto y las instituciones creadas en el seno de la Unión Europea corazas que nos protegían de cualquier ataque externo. Europa parecía así inexpugnable a pesar del peligro que suponían los países emergentes, en especial China, Rusia o Brasil.



Por tanto los sesudos dirigentes políticos, los de la izquierda gobernante también, vivían confiados en que lo que ya auguraban algunos expertos independientes fueran malos presagios. Por eso José Luis Rodríguez Zapatero se empeñó en mantener al PSOE en el poder, porque teorizó que aunque tuviera que tomar en un momento dado medidas impopulares contrarias a su ideología de izquierdas, al ser la crisis breve le permitiría llegar a las elecciones, en aquel momento previstas para Marzo 2012, con el margen suficiente para volver a ganarlas. Así durante el periodo 2009-2011 dilapidó todo su activo personal y político, desangrando a la izquierda con su empecinamiento en seguir en un lugar que no le correspondía, tomando medidas que solo la derecha debió tomar.

El resultado era evidente, no hacía falta ser adivino para prever que el PP ganaría por mayoría absoluta las sucesivas elecciones municipales, autonómicas y finalmente generales, llegando a detentar, gracias a la miopía de la izquierda, el mayor poder de la historia de la democracia. Los electores entendieron que solo la derecha podía sacar al país del túnel por el que llevábamos tres largos años y les votaron en masa con esa esperanza. Los sectores más activos de la izquierda se quedaron en casa aturdidos por la traición de ésta.
A partir de ahí Mariano Rajoy, dueño y señor del solar patrio, impuso políticamente las doctrinas de los sectores más reaccionarios del mundo financiero y económico, continuando las directrices de la insigne Ángela Merkel.

Medidas y más medidas, reforma del mercado laboral, del sistema financiero, de los impuestos, de las normas referentes al desempleo, a las ayudas sociales, a los inmigrantes. Lenta pero inexorablemente el Estado del Bienestar construido con esfuerzo en las últimas décadas quedaba desmantelado, destruido, o quizás debiéramos decir asesinado. Con el silencio cómplice de una izquierda sindical y política, que ni está ni se la espera. Una izquierda esclerotizada, controlada por unos aparatos en los que se mueven gentes que difícilmente a la vista de su comportamiento se pueden definir así.

Pero la sorpresa, la insospechada sorpresa es que a pesar de tener toda la libertad, todo el poder para imponer sus tesis, sus doctrinas agresivamente neoliberales, también ellos están siendo incapaces de salir de este oscuro túnel.



A cada medida tomada según los cánones clásicos de esa derecha política, económica y financiera, seguía una reacción que profundizaba en la crisis. Así después de medidas profundamente impopulares se observaba con estupor que las grandes señales económicas, prima de riesgo, evolución de la deuda pública, pago de intereses, reacción de la bolsa, iban cada vez a peor.

¿Cómo es posible esto? Los más optimistas opinan que los “mercados” insaciables aún piden más sangre y ahora el punto de mira está en las pensiones. En Grecia y Portugal ya han comenzado su ataque y el siguiente sin ninguna duda será nuestro país.

También existe una teoría pesimista que señala que ninguna de estas medidas nos sacará del túnel, por muy duras y agresivas que sean y que el problema de fondo es que nadie, al menos nadie en la Unión Europea, ni Draghi, ni Merkel, ni mucho menos Rajoy o Botín saben cómo salir de él y si los que realmente pueden sacarnos, especialmente China y Rusia que son quienes tienen la liquidez suficiente para hacerlo, imponen sus normas no parece aventurado imaginar que después del desmantelamiento del Estado del Bienestar viene una segunda Edad Media.

Ante ese negro panorama, ante la oscuridad absoluta del túnel, como se preguntaba un clásico como Lenin: ¿qué hacer?

Pregunta con difícil respuesta. Solo parecen existir dos posibilidades, especialmente para el pueblo, para la clase obrera ahora cada vez más mayoritaria por la desaparición lenta pero inexorable de la otrora poderosa clase media, para la izquierda sindical y política: o asistir patéticamente paralizados como hasta la fecha a estas agresiones sin precedentes, situarse como observadores de su propia destrucción social y política, o reaccionar recuperando los métodos clásicos de lucha y al mismo tiempo que esos partidos se conviertan en herramientas eficaces, útiles, de transformación de la actual sociedad, liderando sin medias tintas a las masas.

Puede sonar muy panfletario, antiguo para los postmodernos, traidores lameculos del capital (ahora se denominan para hacerlo menos agresivo desde el punto de vista semántico, “mercados”), pero parece la única salida posible. Que una izquierda renovada en la forma y en el fondo, con nuevos liderazgos, con nuevas estructuras, con un nuevo estilo más “a pié de obra”  lidere el estallido social que está a punto de producirse.

Los recortes, las reformas, el desmantelamiento del Estado del Bienestar, el hipotético hachazo a las pensiones, a pesar del dolor y del daño que están produciendo en amplísimos sectores de nuestra sociedad, no están dando el resultado que sus propios defensores, los ideólogos del neoliberalismo, pensaban. Es hora de que otros tomen los mandos del tren, aunque para ello haya que utilizar métodos poco convencionales para intentar, quizás por otra vía, conseguir salir a la luz.



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