De contradicciones y la banalidad del mal
Buenos días, egun on, bon dia, anoche viendo esa
extraordinaria película sobre la pensadora alemana y judía, Hannah Arendt,
escuchando sus teorías sobre la “banalidad del mal” al seguir el juicio del
criminal de guerra Adolf Eichmann, al observar su valentía al expresar
libremente sus opiniones aunque sus propios amigos, su propia gente se
escandalizara, la machacara ante ellas, reflexionaba sobre lo ocurrido los últimos días y me
identificaba con su sentir.
Por cierto he recordado estas teorías al leer las
declaraciones de hoy del asesino de mi amigo Juan Mari Jaúregui al enfrentarse
con su viuda Maixabel Lasa. Al apretar el gatillo no sintió ninguna empatía,
porque al igual que Eichmann cumplía órdenes, no sabía quién era, ni que había
sido luchador anti franquista en el PCE, que se enfrentó a Galindo, que incluso
habló en euskera como Gobernador Civil de Guipúzcoa en el tristemente famoso cuartel de Intxaurrondo, nada, solo
cumplía órdenes de sus superiores: ejerció la banalidad del mal. Solo era un instrumento ejecutante.
Reflexionaba digo sobre mi libertad al decir estos
días que la sentencia del TEDH sobre la"Doctrina Parot" era además de ilegal, positiva y favorecía el tránsito hacia la
paz, que abría la posibilidad de un cambio en la política penitenciaria del PP,
que se debía eliminar la dispersión, los macro juicios sobre las Herriko Tabernas o SEGI, que Otegi y los 5 de
Bateragune debían estar en la calle por haber tenido la valentía de enfrentarse a ETA en el seno de la Izquierda Abertzale y ganarla. Eso ha tenido el respaldo y el aplauso del
mundo de esa IA y el rechazo de sectores que aún no han
entendido que estamos en un nuevo escenario, que no saben lo que ha ocurrido y
ocurre por aquí. Sectores que me han amenazado, insultado, escupido.
Pero cuando a continuación afirmo que ahora le toca
mover a ETA, anunciar de una vez por todas su desarme con fecha de caducidad,
disolverse pidiendo perdón por el daño ocasionado, sucede al revés, recibo el aplauso de
quienes antes me escupían y el rechazo, la crítica de quienes me aplaudían.
Eso trae como consecuencia, como le ocurrió a Hannah Arendt, sin
pretender compararme con una de las grandes pensadoras del siglo XX, ejercer la libertad de análisis, de pensamiento, de reflexión y expresarla con
igual libertad. Pero siempre he actuado así y con mis 65 tacos ya no voy ahora
a cambiar mi rumbo.
Seguiré ejerciendo esa libertad aunque exista
incomprensión, aunque se ejerza presión, incluso aunque tenga consecuencias
desagradables. Alguien debe hacerlo en un mundo tan sectario, tan confrontado,
tan radicalizado, alguien debe defender la comunicación, el diálogo, la construcción de
puentes por donde encontrarnos desde orillas antes incomunicadas, la generosidad, la libertad, como Hannah Arendt, como mi admirada
amiga Maixabel Lasa.
Ahí estamos, ahí estaremos hasta que consigamos la paz definitiva.
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