Un mercado de trabajo en descomposición



Artículo publicado en DEIA el 30 Abril 2014

¿Qué es mercado de trabajo? Según las definiciones habituales se denomina mercado de trabajo o laboral al conjunto de relaciones mercantiles entre empleadores y personas que buscan trabajo remunerado por cuenta ajena. El mercado de trabajo tiene particularidades que lo diferencian de otros tipos de mercados (financiero, inmobiliario, de materias primas, etc.) principalmente en la cobertura de los derechos laborales y la necesidad de garantizarlos sistémicamente.

Incluso durante la negra etapa del franquismo se procuró hacer posible la conjunción de intereses entre empleador y empleado, aunque en los últimos tiempos, en especial en la negrísima etapa del gobierno de Rajoy, el equilibrio necesario se ha ido decantando peligrosamente a favor de los primeros.

El mercado de trabajo se ha ido desregularizando sistemáticamente a favor de los intereses del empleador convirtiéndolo en algo muy próximo al esclavismo, con ausencia casi absoluta de normas que protejan al empleado. No solo porque esas normas se han ido “flexibilizando”, también porque elementos tan importantes como los convenios colectivos han dejado de tener el peso que anteriormente tenían. Ahora ya casi todo vale y el mundo laboral se ha convertido en una selva dominada por los depredadores empresariales.



Es cuando menos curiosa la casualidad (¿o no?) de que precisamente cuando se había abierto un profundo debate sobre los efectos que la revolución científico-técnica tenía sobre el mundo del trabajo, haya surgido la crisis más grave de los últimos decenios. ¿Real o provocada? Quizás éste sería un asunto sobre el que la izquierda debiera reflexionar de manera más profunda.

Analizar los porqués:  el paulatino envalentonamiento de una derecha crecida por efecto de una crisis que ellos mismos han provocado, pero también por una izquierda estatal, europea y mundial incapaz de reaccionar de manera mínimamente digna -ni está ni se la espera- y al mismo tiempo hacer un ejercicio intelectual sobre la evolución del trabajo y cuáles deben ser los parámetros de futuro para poder sobrevivir en esta selva cruel.

Éste análisis sobre el futuro del trabajo y de la clase trabajadora  -a pesar de ciertos intentos de los seguidores de Fukujama y su “final de la historia” la lucha de clases sigue vigente-,  se ha evitado de una manera consciente, al igual que hablar de las consecuencias de éste problema. Se podría decir que entre los teóricos existe una especie de “conspiración del silencio”, posiblemente presionados por círculos poderosos que desean que los trabajadores perciban el desempleo estructural que nos castiga, como una inevitable consecuencia de la crisis en la que estamos inmersos, eso sumado al miedo de los sindicatos a provocar el pánico de sus afiliados ante la perspectiva de un desempleo estructural inevitable. Sindicatos por cierto incapaces de dar una respuesta coherente y eficaz.


La crisis ha puesto de manifiesto ese miedo en los que saben e ignorancia en el resto, porque es difícil llegar a entender la complejidad de la misma y que la moderna tecnología y la evolución que se producen en estos campos, sin precedentes en la historia de la humanidad, permite mayores rendimientos con mucho menos mano de obra. En definitiva que lo que a principios de éste siglo XXI se percibía como un problema de difícil solución para el capital -conseguir que se acepte ese axioma- la crisis le ha está viniendo a resolver de una manera fácil y evidente.

Resulta por eso fundamental y prioritario que desde los partidos de la  izquierda, desde los sindicatos, desde su intelectualidad se abra un amplio debate sobre este asunto tratando de contestar a la pregunta que nadie quiere hacerse: ¿es el desempleo estructural un resultado inevitable de la 2ª Revolución industrial que estamos viviendo?,  ¿es la crisis un efecto provocado para evitar éste debate? y si así fuera ¿qué hacer desde una perspectiva de izquierda?

Ya en 1.930 Keynes lo anunciaba de forma profética: “Nos aflige una nueva enfermedad cuyo nombre no se había oído, pero acerca de la cual oiremos mucho en los próximos años, me refiero al desempleo tecnológico”.

Está claro para todos los analistas que ésta 2ª Revolución Industrial, basada en la aparición de la microelectrónica y la robótica, de la que estamos solo en su etapa inicial, está produciendo cambios revolucionarios en nuestra sociedad que tiene su origen en el uso de microprocesadores que en solo 30 años han multiplicado por cien su eficacia y potencia, con una caída en picado de su precio.



Utilizando técnicas no ya de análisis marxista , sino simplemente de sentido común, se llega a la conclusión de que todo esto significa una aceleración en la robotización y la informatización de los procesos productivos y de los servicios, y por tanto una reducción drástica de la mano de obra , no solo como consecuencia de la crisis económica como era habitual, sino fundamentalmente del resultado de los progresos tecnológicos y por tanto la generación de un desempleo estructural, que según algunos expertos como el premio Nobel de economía Leontief, cifra en una reducción del 25 % de la mano de obra a nivel mundial. Es ésta conclusión la que intenta ocultar el capitalismo y quizás para ello hayan provocado ésta crisis.

Ésta nueva revolución no debiera ser un desastre en tanto en cuanto se satisfagan ciertas condiciones para que resulte beneficiosa para toda la humanidad, porque como afirmaba Adam Schaff: “es un desafío al Jehová bíblico que condenó a los seres humanos a ganar el pan con el sudor de su frente. La automatización invalida esta sentencia, permitiendo al ser humano en lugar de realizar trabajos físicamente duros, liberar su actividad creativa para un desarrollo más pleno de su personalidad y de su realización”.

Por lo tanto la escasez de trabajo no debiera ser una maldición, sino la forma perversa de lo que puede y debe ser un beneficio potencial. Significa que la economía ya no va a necesitar que se trabaje a tiempo completo durante todo el año y por tanto que existe la posibilidad de disponer de una cantidad sin precedentes de tiempo libre.

La cuestión para la izquierda es luchar para permitir  que la sociedad en su conjunto se beneficie de ello. Esto requiere trabajar menos horas y con más trabajadores, para evitar que la maldición anterior se pueda transformar como está ocurriendo en el momento actual en: “No trabajarás”.



Para conseguirlo es necesario fijar una serie de condiciones que respondan a la pregunta que se hacía Lenin: ¿qué hacer? Qué hacer para asegurar la existencia de millones de personas que están condenadas a perder su trabajo y qué hacer para generar el empleo necesario para las nuevas generaciones que llegan.
Para contestar estas preguntas debemos partir de las siguientes ideas básicas, desde una posición nítidamente de izquierdas, obviando que existe una crisis que intenta evitarlas:

1.- El pleno empleo y la mayor igualdad social y económica, son objetivos más importantes que el crecimiento económico por sí mismo.
2.- Debemos priorizar el crecimiento económico en aquellas áreas que más beneficien a la población, que menos deterioren el medio ambiente y que corrijan los desequilibrios entre el Norte y el Sur.
3.- Hay que profundizar en las campañas para el acortamiento de las jornadas laborales, y como consecuencia por una redistribución de los puestos de trabajo existentes (trabajar menos para trabajar todos).
4.- Instituir una Renta Básica para todos los ciudadanos de un país, con la obligación para aquellos que no tengan empleo de participar en ocupaciones socialmente útiles.
5.- Fomentar la cultura del ocio y de la educación continua, trabajando en la idea de “disponer de tiempo libre es más importante que disponer de dinero”.
6.-  Está claro que los recursos necesarios para todo ello, deben venir de los fondos públicos provenientes de una nueva redistribución del PNB, mediante impuestos progresivos.
7.- Iniciar una campaña a nivel internacional para que el mayor número de personas tomen conciencia del problema.



Hacerse cargo de todos estos planteamientos es el deber de la izquierda, desenmascarando la maniobra de despiste provocada por el capitalismo con esta crisis, porque de lo contrario la falta de cumplimiento de esta tarea significaría asumir una responsabilidad política y moral directa, convertirse en cómplices del desastre en que quedarán sumidas las próximas generaciones, desastre que resultará inevitable si dejamos su solución en manos de la derecha, o de los autodenominados social-liberales muy de moda en los últimos tiempos en el seno de la propia izquierda.

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